Sin duda estamos ante la película más emblemática y premiada
que tiene como temática el mundo del atletismo. Por ello tiene una legión de
admiradores, pero también una buena cantidad de detractores. Estoy más con los
primeros que con los segundos, pero pienso que está algo sobrevalorada.
“Charriots of Fire” nos describe la preparación y actuación
de los atletas británicos en las Olimpiadas de París de 1.924. Se estrenó en
1.981 obteniendo cuatro oscars, mejor vestuario, música, guión y película.
También obtuvo galardones importantes como Globos de Oro, BAFTA, e incluso Ian
Holm se llevó ese año el premio de mejor actor de reparto en el festival de
Cannes. Un curriculum aplastante que ha ayudado mucho a mantener la popularidad
del largometraje.
El título es una referencia al ascenso del profeta Elías a
los cielos, que la Biblia
dice que se produce en un carro de fuego. Tiene su sentido, ya que la religión
estará presente a lo largo del film.
El principio es uno de los peros que yo pongo, ya que hay
dos flashbacks que no vienen a cuento y sólo sirven para embarullar la
presentación de los personajes. En esos primeros minutos está la mítica escena
de los británicos corriendo por la playa con la música de Vangelis de fondo.
La película avanza mostrando el camino a las olimpiadas de
los británicos Eric Liddell, Harold Abrahams, y en menor medida Andrew Lindsay.
Ese itinerario, nos muestra su amistad, sus motivaciones, sus complejos y su
manera de entender aspectos de sus vidas como la religión y el atletismo. Sin
duda este es uno de los puntos fuertes de “Carros de Fuego”, ya que estas
circunstancias se suelen presentar de una manera muy superficial en las
películas deportivas.
El director Hugh Hudson ya tenía experiencia en la temática
deportiva, ya que realizó el año anterior a este rodaje un documental sobre la
figura de Juan Manuel Fangio, el piloto argentino cinco veces campeón mundial
de Fórmula 1. “Charriots of Fire” fue su primer largo, y como también pasa con
algunos cantantes o grupos musicales, quedó sepultado por su propio éxito, ya
que en los 35 años que han seguido a esta película, Hudson sólo ha dirigido
ocho películas, de inferior calidad y popularidad todos ellas, a pesar de que
en casi todos sus proyectos ha contado con actores y actrices de relumbrón.
Quizás su siguiente título más conocido sea “Greystoke, la Leyenda de Tarzán”.
Los actores han llevado carreras diferentes: Ben Cross
(Harold Abrahams) se ha labrado una fructífera carrera con algunos éxitos
comerciales, si bien la calidad de los títulos en los que ha participado no es
muy alta en el cine. En televisión ha aparecido en dos buenas series en los
últimos años como “The Strain” y “.Banshee”. Ian Charleson (Eric Liddell)
murión e 1.990 a
causa del Sida lo que hace que su carrera sea mucho más corta. Repitió con
Hudson en “Greystoke”, y participó en otra película muy oscarizada como Gandhi.
Se centró más en su carrera teatral donde intervino en muchas obras de Sakespeare.
Nigel Havers (Andrew Lindsay) tuvo en los ochenta un par de oportunidades más
con “pasaje a la India ”
y “El Imperio del Sol”, pero poquito más ha hecho posteriormente.
El guión firmado por Collin Weland tiene virtudes como la
disección de personajes, y también defectos como alguna redundancia y un exceso
de licencias narrativas, ya que algunas ayudan a hacer más entretenida la
historia pero otras no aportan absolutamente nada. Destaca también por su
trabajo de documentación, como ejemplo,
los dorsales y calles de las Olimpiadas de París se respetan totalmente.
Quizás el mayor mérito de la película consista en la diferenciación
de los caracteres de los atletas, y en el fondo en la moraleja de que se puede
ser competitivo partiendo de motivaciones y compromisos diferentes. Los tres
corredores reflejan los mayores estereotipos de los atletas de competición:
-Abrahams
es un joven ambicioso, que se transtorna con las derrotas y que está dispuesto
a hacer lo que haga falta para ganar, por lo que tiene que ir mejorando en su
gestión de la derrota, métodos de entrenamiento…. “Yo no corro para ser
derrotado” dice, a lo que su novia contesta: “Pero si no corres no puedes
ganar”. Irá mejorando esa faceta hasta ser capaz de recuperarse de una derrota
sin medalla en la final de 200 para imponerse posteriormente en el 100. En ese
camino pondrá todos los medios, incluida la contratación de un entrenador
profesional, o el estudio minucioso de sus rivales, cosa nada fácil en la época.
Es un auténtico estajanovista y en el atletismo tiene su parcela para subir una
autoestima baja debido a que es judío y se siente siempre peor trtado por ello.
-Liddell Paradigma del talento. Antes que atleta fue
internacional por Escocia en rugby, llegando a jugar en dos torneos Cinco
Naciones, aunque esto no sale en la película. A pesar de que en París corre 200
y 400. En 1.923 estableció el record británico de las 100 yardas (90 metros ) dejándolo en
9,6 y en 400 llegó a tener 47,6 que s una marca asombrosa para la época. Esto
habla de lo completo que era. Como en
muchos corredores, su motivación era externa. Él corría para complacer a Dios.
“Dios me hizo rápido por un motivo; para complacerle”. Otros atletas corren por
su familia, por dinero, por evadirse de problemas… Las claves de su motivación eran contrarias a
las de Abrahams.
-Lindsay.
Personaje por debajo de los dos anteriores en cuanto a su peso en el
largometraje, pero para mi capital para redondear la historia. Es el único que
corre por diversión, porque realmente correr le hace feliz, es más le hace
feliz hacerlo con sus amigos. Se ve desde el intento de Abrahams por batir el
record de Cambridge al principio de la película, hasta la renuncia al 400 al
final del largometraje para que corra Liddell, lo cual no es del todo cierto en
la realidad. No prestaba demasiada atención a los resultados, y es el que menos
ego tiene de los tres.
En lo que es el tema atlético, se elige la Olimpiada de París que
paradójicamente es la que marca el fin del dominio británico en el olimpismo, y
dentro del atletismo. Sólo los velocistas dan la cara. Aun con esto, se rehuye
demasiado la derrota, ya que no se cita la final de 200 que es la única en la
que Liddell y Abrahams se ven las caras directamente. En esta prueba el oro y
la plata fueron para Scholtz y Paddock, y el bronce para Liddell.
La renuncia a horas de correr de Liddell al 100 es una
licencia narrativa creo que innecesaria, ya que eso se supo mucho antes, y
desde luego no fue por motivos religiosos ya que el escocés disputó muchas
pruebas en domingo a lo largo de su carrera.
Los métodos de entrenamiento de Abrahams, los más
profesionales, me dejan muchas dudas de su veracidad, ya que hay pocos datos
sobre los entrenos de velocidad de la época. Sin duda la escena más llamativa
es la de Lindsay que se pone vallas en su casa con una copa de champán e
intenta no derramar ni una gota. Esto también es una licencia, pero en este
caso sirve para explicar el carácter del futuro lord inglés.
Me gustaría destacar también esa brevísima referencia al
ídolo de París, “el finlandés volador” Paavo Nurmi que consiguió cinco oros en
las pruebas de fondo. En “Carros de Fuego” aparece cruzando la meta en la
prueba de obstáculos como ganador. En esta prueba acaba sexto el narrador de la
película, íntimo amigo de Abrahams, Aubrey Montague al que vemos caerse en un
obstáculo.
Muy logrado también está el clima precompetitivo en un
vestuario que se nos muestra antes de la final de los 100 m , donde se respira
tensión silencio y concentración. Así
como la preparación en la salida, donde los atletas contaban con su paleta para
escarbar un agujero en la tierra donde apoyar el pie para obtener más impulso
en la salida. Ahora los tacos de metal se encargan de eso.
En “Charriots of Fire”
hay números musicales incluidos en la historia, que a diferencia de
otras producciones, además de para el entrenamiento y la competición, se
emplean para explicar la camaradería y el espíritu de equipo. Más habitual es
el uso de la cámara lenta en el transcurso de las carreras.
Posturas diferentes también bien planteadas se ven en dos
cuestiones mayores a lo largo del film. Por un lado la religión y por otro el
profesionalismo.
Respecto a la segunda cuestión. La sociedad de los años 20,
y la de bastante tiempo después, ve el deporte como un complemento de la
formación del espíritu. El deporte todavía era patrimonio de militares y caballeros. En décadas sucesivas
servirá como medio para progresar socialmente. Si bien es cierto que tener una
actitud profesional no significa serlo, no lo es menos que el dinero ha hecho
que en muchos casos el deporte pierda su auténtica esencia y su sentido. En eso
años 20 también se defiende la no renuncia a la vida social por la competición;
los olímpicos ingleses beben y fuman.
Así pues “Carros de Fuego” es de visionado imprescindible
para los aficionados del atletismo y el running, una película algo
sobrevalorada como obra artística, aunque es de una calidad muy notable, pero
de incalculable valor para conocer el atletismo de una época tan lejana y
carente de testimonios y documentación.
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